Patafísica

La Patafísica en el Plata. Jorge. B. Rivera

Patafísica, la Ciencia de las Soluciones Imaginarias

Patafísica y conocimiento
Christian Ferrer

¿Qué es la patafísica? No tanto una burlona superación de la metafísica como una percepción del mundo. Sería, con mayor precisión, la ciencia inventada por Alfred Jarry a fines del siglo XIX para trascender las limitaciones que la literatura imponía a su obra. Jarry, de origen bretón, nació en 1873 y murió el Día de Todos los Santos del año 1907. Su madre y su hermano pasaron largas temporadas en el manicomio, institución que Jarry sustituyó por pensiones y cafés parisinos. Su vida es la historia de una urgencia y la de un suicidio gradual por medio del consumo inmoderado de ajenjo y éter. Vanguardista acicateado por un genio anárquico; escritor simbolista; raro: así suele ser congelado. Sin embargo, aquel estudiante de provincias había absorbido su buena dosis de Esquilo y de Shakespeare. La obra de Jarry, escasa a fin de cuentas, conjuga en sí misma a la cita culta y la bufonería, la estructura narrativa del drama clásico y el humor arbitrario, la ironía elegante con la grosería de índole popular. Ubú Rey, epopeya farsesca y tragedia cómica, comienza con una primera línea inmejorable: “¡Mierdra!”.



Jarry tenía quince años cuando el voluminoso Padre Ubú se le apareció en la escuela secundaria en la persona de un profesor de física a quien transmuta en excepcional figura literaria. Difícilmente Monsieur Hébert, ignoto y pedante profesor de liceo francés, imaginara que su alumno Alfred iba a otorgarle inmortalidad ubuésca. Ubú es un don quijote de comparsa, cruza de codicioso comisario de policía y de granujiento gigoló. En esa primera imagen acuñada en su etapa escolar, luego perfeccionada, ya está lo esencial del personaje: la panza de proporciones inmensas, tres dientes –uno de piedra, de hierro el otro, y el restante de madera–, una oreja única y retráctil, y el cuerpo tan amorfo que si se caía ya no podía volver a ponerse en pié. Y además, Ubú carece de conciencia sobre su propia monstruosidad física, ética y política. Cyril Conolly lo definió como “el Papá Noel de la Era Atómica”. El propio Ubú se presenta a sí mismo como “ex monarca de Polonia y de Aragón, doctor en patafísica”, y resulta ser la caricatura del ciudadano moderno, fervoroso creyente en la ciencia y en el progreso y sumamente canallesco en su conducta cotidiana.



Que Ubú haya sido un rey de un país por entonces inexistente es lógico, puesto que Polonia fue una causa célebre en el siglo XIX, cuando Francia rebullía de exiliados polacos que la habían tomado por albergue transitorio hasta que llegara el momento de la liberación. No pocos de ellos constituyeron el lumpengeneralato de las revoluciones de 1848 y 1871. No por nada, el Ubú encadenado se representó por primera vez en 1937, durante la Guerra Civil Española. Poco tiempo antes los surrealistas habían transformado a Jarry en santo patrón. André Bretón dijo de Jarry que había sido una “cabeza de tormenta”. En 1927, Antonin Artaud fundó el “Théatre Alfred Jarry” y en 1949 amigos y admiradores de Jarry, que murió en la miseria y poco menos que en el anonimato, dieron nacimiento al Colegio de ‘Patafísica, cuyo fin declarado es el de resguardar obra y memoria del inventor del término, y el inconfesado de divertirse a su costa. La historia del Colegio de ‘Patafísica (así, con apóstrofe, según el uso del Colegio) es también la historia del arte de vanguardia, pues algunos de sus integrantes fueron Joan Miro, Marcel Duchamp, Jean Dubuffet, Asgern Jorn, Enrico Baj, Jacques Prevert, Boris Vian y Raymond Queneau. También lo fueron Groucho, Chico y Harpo Marx.



El Colegio de ‘Patafísica carece de intenciones evangelizadoras o proselitistas. Existe según las reglas estrictas de un organigrama propio, en su propio tiempo, e incluso en estado docultamiento. El Colegio instituyó un mundo simbólico propio. Préstese atención al calendario, al organigrama y el planisferio aprobados y dados a conocer por el Colegio. El calendario ‘patafísico especifica afinidades electivas, tales como Rousseau, Swift, Carroll, Satie, Lautreamont o Van Gogh; o bien personajes del ciclo ubuésco, como los Palotines, Bosse-de- Nage y Faustroll; y también santas mofas, por ejemplo, Saint Lazare, estación; San Doblemano, ideólogo; San Priapo, francotirador; San Dios, jubilado; Santa Pirotecnia, iluminada; San Caracol, sibarita; San Sexo, estilita; San Landrú,ginecólogo; San Guillotino, médico; Santos Presidiarios, poliarcetas. No son piezas de un juego sino de un “Gran Juego” destinado a desbaratar un mundo tiranizado por la mentira, la identidad, la estupidez y la solemnidad. El organigrama del Colegio resulta ser un remedo paródico de los estatutos de los clubes de barrio y de los organismos internacionales tanto como de las constituciones nacionales y de las esmerados planes de las sociedades utópicas.



A su vez, el planisferio patafísico enfatiza el carácter espiritual de la ciencia cartográfica. Unos años antes, en otra proyección cartográfica fruto de la imaginación surrealista, París es enorme pero Francia pequeña, la isla de Pascua gigante en relación al tamaño de Australia, Argentina es nula pero Tierra del Fuego posee un tamaño descomunal y China es importante pero Inglaterra no califica. Los países y ciudades son considerados entonces desde el punto de vista de su contribución a la historia del espíritu. Ese planisferio revela la esencia de las sectas secretas: un puñado de personas dispersas por el mundo y situadas entre el océano de sus contemporáneos sostienen el mundo. En ocasiones hasta lo transforman, como lo prueba la historia de las Internacionales Obreras.



Pero más que en la saga ubuésca, fue en Hechos y dichos del doctor Faustroll, patafísico, novela editada póstumamente, donde Jarry presenta a la ciencia de la patafísica. El argumento aventurero de la novela se parece a los de Julio Verne (“el doctor sentóse en la popa sobre su silla de marfil, con la mesa de ónice entre sus piernas, sobrecargada de brújulas, mapas, sextantes y toda clase de instrumentos científicos...”) o bien a la odisea de Ulises. En la biblioteca del propio doctor Faustroll se encuentran obras de Lautremont y Coleridge, de Cyrano de Bergerac, Baudelaire y Mallarmé, además de Las mil y una noches. Tanto en esta novela como en las columnas inclasificables que Jarry publicaba en revistas bajo el título de “Gestas” o “Especulaciones” se hace notoria la importancia concedida a la cultura de la divulgación científica y de las nuevas innovaciones técnicas (las “tintas inaparentes de sulfato de quinina por medio de rayos infrarrojos”, las “islas cinéticas movidas por cuatro hélices”, etcétera). En el subtítulo del libro se lee “novela neo-científica”. De por sí, el nombre Faustroll se compone de “Fausto” y de “Troll”, palabra escandinava que significa gnomo: “el gnomo de la ciencia”.



La patafísica es una recusación del positivismo, una reacción bufonesca contra la doctrina del progreso en la época. Los principios de la ciencia patafísica sostienen que “todo puede ser su opuesto”, que “la esencia del mundo es la alucinación”, que “todos somos innobles”, que “nada parece nunca lo que es”, que “todo fenómeno es individual, defectuoso e inagotable”, y que “todo saber es siempre personal y valido para un instante”. Todavía hoy se siguen pregonando programas políticos de la ciencia que la suponen universal, generalizable, útil y aplicable. Pero si se quiere dar cuenta de la particularidad de las cosas y de la singularidad de los seres humanos se necesita un ideal de ciencia muy distinto al hasta ahora conocido y dominante. Una ciencia de lo singular detecta y celebra las excepciones al orden regular de la naturaleza y de la sociedad. Tal ciencia afirma la inevitable diferencia y superabundancia de cosas y seres y lenguajes únicos en sí mismos. Las cosas, antes o después, se deforman, derriten o mutan: están allí para incitar a los hombres a aceptar y agradecer un mundo excepcional. Jarry decía que el llamaba monstruo a “todo original de inagotable belleza”. La patafísica es un elogio de la curiosidad, lo cual nos devuelve a la motivación originaria de la ciencia, hoy obturada por metodologías y modas académicas. Aunque lo maravilloso, la excepción inclasificable y la unicidad asombrosa carezcan de legitimidad para quienes operan con conceptos generales, no otra cosa hay en el inventario del mundo.



Es inmensa la libertad con que Jarry observaba los objetos de uso cotidiano, particularmente las innovaciones técnicas. La anomalía, la excentricidad y la exageración son las cualidades auténticas de objetos, acontecimientos o personalidades. La patafísica es esperpéntica: deforma la horma social que nos deforma a nosotros mismos. Así, Ubú. Decía Ramón del Valle-Inclán, “los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento”. Jarry es grotesco y bufo más que un trágico, no un revolucionario sino un redentor. A ese gesto tenemos en cuenta al homenajear al Colegio de ‘Patafísica, a Alfred Jarry, al Padre Ubú y su monstruosa panza (cuya denominación francesa, gidouille, resulta intraducible), al doctor Faustroll y a Bosse-de-Nage, su mono de compañía que sólo puede articular el monosílabo “ha-ha”. Y si bien es cierto que buena parte de estas provocaciones hoy son erratas en el blanco, la ciencia inventada por los patafísicos es la única cuya sustancia y vehículo es el humor, sabiduría y medio de supervivencia en un mundo amenazador. La Patafísica fue uno de los revulsivos más serenos del siglo. Una suerte de medicamento vomitivo que alivia allí donde inflama y cura donde congestiona la zona afectada. Aquí damos a conocer las intenciones y peripecias del Colegio de ‘Patafísica, incluyendo la escasamente conocida historia de su sucursal argentina.



En ella tuvieron participación Juan Esteban Fassio, corrector de originales de EUDEBA y del Centro Editor de América Latina y además responsable del Instituto de Altos Estudios ‘Patafísicos de Ubuenos Aires; Albano Rodríguez, traductor de Alphonse Allais; Francisco Porrúa, dueño de la Editorial Minotauro; Jaime Rest, crítico literario; y Julio Cortázar, que rindió homenaje a Fassio en su libro La vuelta al día en ochenta mundos. Hubo más personas vinculados a la patafísica en este país, entre otros Juan Antonio Vasco, poeta surrealista de las revistas A partir de Cero y Letra y Línea, y Comandante Exquisito de la Orden de la Grande Gidouille, o el gordo Fasulo, bohemio y callejero
 
Artículo publicado en Artefacto/3 – 1999 - http://www.revista-artefacto.com.ar